Hace muchos años, un conductor radial relató en su programa una historia que narraba la llegada del fin del mundo. En aquel entonces, muchos oyentes que no escucharon el inicio del programa y no sabían que era una historia ficticia, creyeron que estaban llegando extraterrestres al Planeta Tierra y entraron en pánico generando una situación caótica y angustiante… En aquel entonces corría el año 1938 y no había TV o celulares para chequear la información, y la radio era la prueba de veracidad. Orson Welles tenía uno de los programas más escuchados, y sus fieles oyentes no ponían a prueba lo que allí oían.
Esta semana salió una noticia sobre Sora, un modelo de IA desarrollado por OpenAI que puede crear escenas en video realistas e imaginativas a partir de instrucciones de texto. El gran salto es que es casi imposible distinguir si fueron creados mediante tecnologías o grabados de manera real. Estas herramientas nos abren un mundo de preguntas, que van desde cuestiones filosóficas acerca de qué es verdadero y qué no, qué pasará en el mundo del trabajo con profesiones que, por ejemplo, se dedican a crear videos o doblarlos; cómo se re-convertirán los procesos de vigilancia y seguridad… cómo será aprender y enseñar en este nuevo contexto.
Me quiero detener en este punto y reflexionar acerca de cuál es el valor de tener presente a los humanos en estos procesos.
En el ámbito de la atención al cliente, por ejemplo, los chatbots pueden manejar consultas estándares, pero solo un ser humano puede entender las complejidades emocionales detrás de las palabras de un cliente frustrado, ofreciendo soluciones que realmente comprenden y resuelven su problema. Al menos en mi experiencia personal, al final de cada pregunta sigo eligiendo “hablar con un asesor/a”.
En la educación, esta interacción humana se vuelve aún más esencial. La tecnología ha democratizado el acceso al conocimiento, lo cual me entusiasma y alegra. Pero son los educadores, con su pasión y empatía, además del aprendizaje entre pares, los que transforman la información en aprendizaje significativo.
Sigo muy de cerca el avance de los tutores y asistentes de IA, tanto para docentes como para estudiantes.
Un ejemplo es Khanamigo, que funciona mediante IA como un asistente para el aprendizaje para estudiantes, y como un asistente de tareas y planificaciones para docentes. Al día de hoy, creo que los tutores de IA tienen mucho potencial para apoyar los contenidos técnicos, fundamentalmente acompañando a personas que tienen habilidades digitales desarrolladas, lo que les permite seguir procesos de aprendizaje autogestionados.
Sin embargo, para muchas de las personas que hoy aprenden o enseñan, el encuentro, ya sea físico, virtual, sincrónico o asincrónico, es el eslabón que termina de afianzar experiencias y aprendizajes. Recuerdo la primera vez que hice un curso en línea, hace 12 años, fue mi primera participación en un foro y me divertía muchísimo conocer a las personas que estaban cursando a través de presentaciones no tradicionales como el nombre de sus mascotas, sus comidas favoritas. Hoy en día, sigo eligiendo esas experiencias en cualquiera de las nuevas modalidades, ya sea el grupo de whatsapp de estudiantes para alentarnos a continuar con la Maestría, o el de slack con mis compañeros de trabajo donde compartimos fotos, recomendaciones de libros, música y mucho más: son estos espacios en donde conecto con personas los que me permiten seguir aprendiendo en un modo profundo y memorable.
La tecnología es una herramienta poderosa, pero son los detalles humanos, esos pequeños gestos y momentos de conexión los que realmente trascienden. En la educación, esto se traduce no solo en enseñar la currícula, sino en inspirar a los estudiantes, en fomentar la curiosidad, en promover la empatía y en prepararlos no solo para carreras exitosas, sino para desarrollar habilidades que les permitan prosperar en su vida y entorno personal.